Kabul blues. En la cola para el nirvana, no es sino un relato novelesco, elegíaco y ambiguo ajuste de cuentas con la ficción y su antítesis, la realidad. Una manera de pasar revista a la orfandad, el recuerdo, la longevidad y el peregrinar ideológicoenteogénico, a fin de que el protagonista, apenas disfrazado álter ego del narrador, pueda fi nalmente licenciarse de tropa. És, básicamente, otra expresión más del síndrome de Chatwin: Un joven rebosante de vigor, y al que en su niñez se atribuye a menudo una audacia sobrenatural, deja su hogar para emprender un largo periplo. Después de una serie de aventuras al estilo de Walter Mitty en tierras remotas y fabulosas, se enfrenta a las fauces de la Parca. Desde los valles de La Noguera a los kabulíes llanos de Shomali, coge de la mano al lector y lo lleva de viaje por el último medio siglo, sin otra pretensión que la de entretenerlo con un punto de vista, no por más involucrado menos sardónico.
Ramón Llull Sala (Vallfogona de Balaguer, 1941), tras superar una infancia de poco comer y mucho leer, creció hasta alcanzar el 1,70 m de altura y pesar cerca de 70 kg, con botas, ropa de invierno y bufanda. Fue interno en el gulag de la enseñanza nacional-católico- franquista, cristiano fallido, desgraciado, virgen durante demasiado tiempo, vástago borde y trotamundos de la burguesía, marido precoz, huido de galeras y amante desesperado, con aventuras continuas por no decir bastante idiotas. Luego, al enterarse de que la vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes, cree que maduró aunque de esto no está seguro. Vive desde hace veinte años en Barcelona, donde trabaja como traductor. Es miembro laico de la comunidad budista Soto zen.